Seward plays Sparklehorse: la necesidad del duelo

Que se muera Lou Reed es muy aburrido. Sueltan la noticia y a los cinco minutos tu Facebook se ha llenado de comentarios desolados que linkean obsesivamente un video de Walk on the wild side. Existe con Lou Reed, como con Michael Jackson, como con, pongamos por caso, Felipe González, una previsibilidad colectiva del duelo que hace que uno, para cumplir con el rito de la despedida, no tenga más que dejarse llevar por la inercia y sumarse así al lamento general, casi siempre cursi, gratuito y retórico hasta la náusea. Para el duelo por la muerte de Mark Linkous, en cambio, no estábamos preparados ni había aliados: nuestros vecinos no lo conocían, la mayoría de nuestros amigos no lo conocían, el diskjokey del Karma no lo conocía… De hecho, casi nadie habló de su muerte (ni siquiera Pilar Rahola especuló con los motivos de su suicidio).  Así pues, era algo que había que afrontar solos. Y esa soledad, aunque orgullosa, le generaba a uno también una cierta desazón.

El concierto que Seward ofreció el sábado en homenaje a Mark Linkous, cinco años después de su muerte, en un Heliogàbal repleto (¡no éramos los únicos que conocíamos a Sparklehorse!), vino a resarcirnos de ese malestar. Se trataba, evidentemente, de hacer versiones de la banda estadounidense. Pero, evidentemente, nunca hay nada evidente, y menos si Seward anda por medio. Y es que, más que de “versiones”, habría que hablar aquí de “reformulaciones” o, incluso (aunque el término dé rabia y huela últimamente a tortilla de patatas), de “deconstrucciones”. De hecho, los temas habían sido tan “trabajados” que alguno de ellos, como Ghost in the sky, resultó prácticamente irreconocible. ¿Cabría pensar, por lo dicho, que la propuesta de Seward fue poco respetuosa con la música de Linkous y que utilizaron sus canciones como meras excusas para la especulación musical? Nada más lejos de la realidad. A veces es necesario retorcer el andamiaje de un tema, forzar sus estructuras para hallar, al borde de la ruptura, su esencia expresiva. Y en eso, a mi entender, consistió la propuesta de Seward. El resultado fue espectacular, brillante, por momentos excesivo. Y aunque se echaron en falta algunos temas, la elección del repertorio fue satisfactoria. Como también la de los artistas invitados; a destacar la versión de It’s no so hard, que interpretó portentosamente Juliane Heinemann, artista invitada. También colaboraron los artistas Jordi Lanuza, Nana Cadavieco, Marcel·lí Bayer i Pol Batllé.

Una luz violenta y redentora, casi mística, atraviesa buena parte de la música de Linkous; también el dolor, un dolor sordo y lleno de perplejidad, como el del hiperestésico que, con los sentidos saturados, intenta desesperadamente un último reajuste con la realidad. No era fácil transmitir esa atmósfera, y sin embargo, valiéndose de los contrapuntos y las distorsiones, de los chirridos galácticos y los ecos jazzísticos, esa fue precisamente la atmósfera que Seward consiguió que reinara el sábado en el Heliogàbal. Resulta difícil imaginar mayor fidelidad y coherencia.

Después todo acabó. Como siempre. Se encendieron las luces y salimos a la calle. Y más de uno lo hizo con la tranquilizadora sensación de que, al fin, el duelo se había completado.

Text: Manuel Pérez

Foto: Pablo Leoni

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